28 octubre 2009

El Recado

Nuestra casa siempre ha sido tranquila. Como me gusta ver el sol que entra por la ventana en las mañanas, escuchar tus ruidos en la cocina y hacerme la dormida. O comer en la mesa grande, siempre llena de tus escritos y con manchas de pintura que nunca me ha incomodado no limpiar. Comer y verte del otro lado ahí sentado con tu sonrisa probando mis inventos de cocina. ¿Y que tal el baño? Esa tina blanca con patas donde nos contamos secretos y jugamos y esperamos... Y la sala donde hemos visto tantas películas porque no tenemos cable, acostados en el sillón, hundidos entre cojines y cobijas. De repente la cocina se ha ido llenado de platos distintos, de múltiples tazas a medias, o llenas de café. Ahí donde yo me pongo a lavar los platos mientras tu me acompañas fumándote un cigarro o oyéndome cantar. Y tu escritorio, porque es tuyo, tan lleno de papeles, de pensamientos. El piso de la casa que nos ha visto bailar tanto, jugar a las escondidas o acostarnos un rato. Las paredes llenas de cuadros, de fotos, de letras. Y el diminuto patio donde miles de macetas me esperan con mil flores. Esta casa nuestra que tanto soñamos donde, al fin, vivimos juntos.

Esta casa nuestra.
Esta es nuestra casa, aquí nadie nos mira, aquí podemos estar desnudos y hacer el amor a todas horas, aquí no hay nadie que nos diga a que horas dormir, aquí comemos lo que nos gusta, y fumamos en el baño. Aquí es nuestra casa, y te la hice a ti.

Te espero en el cuarto porque quiero hacerte el amor.

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