En esta casa me he dado cuenta de que hay alguien más, es un niño. El vive dentro de mí y desde mi vientre lo escucho llorar. Dice que no quiere nacer. Vive palpando y pensando en la bolsa en que lo guardo, se la vive preguntando. Yo mientras, le enseño el mundo, le digo de que color son los días, y lo hermoso que es vivir aquí. Le digo que cuando salga va a aprender muchas cosas, que ya no va a llorar.
Han pasado cuatro años y aquí sigue. Dentro mío. Me pregunta que si lo voy a querer y cuandon le digo que sí, el me responde que no es cierto. A veces le canto canciones o bailo con el en la panza, que no ha crecido mucho. Le leo cuentos y replica que son puras mentiras. A veces, cuando duermo, chilla para que me salga a la calle. Me dice que en esta casa no cabe, que estorba. Yo opto por hacerle caso.
Dejó de crecer, calla mas seguido. Cuando estoy sola con él me pregunta que porqué ha llegado, que para qué. Yo no sé que responder nunca. Le digo que coma, que crezca, que se mueva; pero no hace caso. Con el tiempo lo he ido convenciendo de que aquí afuera es mejor que estar encerrado. Y él de alguna manera me ha dado la razon, así que ya come, ha crecido un poco mas.
Pasaron cuatro años y siete meses para que el naciera. Salió por mi ombligo, estaba temblando de miedo. Todo mi cuerpo había cambiado para su llegada. Se esancharon mis caderas y mis senos crecieron llenos de leche para el niño que todavía no tenía nombre. Lloraba mucho y no dormía. Se le pasaba el día viendo las cosas, preguntándome nombres. Yo lo llevaba en brazos a todos lados, le explicaba las cosas, pintaba la casa, le ponía música, le contaba chistes. Pero aun así nunca rió. Siempre tuvo un semblante de duda.
Creció un poco mas, y cuando aprendió a caminar parecía que solo lo hacía para esconderse entre mis piernas. Lloraba por que lo cargara de nuevo. Lloraba por dormir conmigo. Me reclamaba que nunca estaba con el, cuando yo ahí estaba todo el tiempo, solo que el estaba absorto en sus pensamientos. Un día lo sorprendí esculcando mi estómago diciendo que quería regresar. Que no le gustaba acá afuera y que la vida era muy aburrida, que aún faltaba mucho para que el creciera y sobre todo, que los niños no hacían cosas divertidas.
Yo no entendí. Pero lo veia tan triste, tan solo. Yo le seguía dando pecho y era así como lograba calmarlo, pero solo por un rato. La leche dulce le apaciguaba el alma, mientras comía yo le repetía: "Te amo, te amo, te amo..." Pero el ya estaba muy dormido. Nunca surtieron efecto mis regalos, mis risas, mis cosquillas, las mascotas que le llevé, la comida que preparaba que nunca le gustó, pues solo tomaba leche. No surtieron efecto mis abrazos y mis besos. El simplemente nació triste.
Fue entonces como tomé la desición. Me tenía agarrada del borde de la falda pues no sobrepasaba mis rodillas. Le dije: "¿De verdad quieres regresar?" Miró hacia arriba y nuestros ojos se encontraron. "Sí..." No lo pensé dos veces, tomé un cuchillo y me abrí el estomago, le hice una puertita a mi vientre y le dije:
"Ya está. Puedes entrar. Cuando pierdas el miedo sal, que la vida es muy bonita..."
"Sí mamá."
Ha pasado mucho tiempo. La puerta sigue cerrada. Nadie abre, no importa cuantas veces toque el timbre.
04 noviembre 2009
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