Un sábado a las seis de la tarde, un joven de tés blanca recargado en el marco de una puerta de un edificio en Alemania, miraba fijamente a una muchacha de cabello rizado que caminaba hacia el. Se observaron de arriba abajo. Ella seria, le toco el hombro como pidiéndole que avanzaran hacia algún lado. Y caminaron en silencio. Ella lo llevo a un departamento en barrio pobre que estaba lleno de migrantes, ruidos, basura… el cielo era de un color azul gris y se alcanzaban a observar los últimos destellos dorados del sol reflejados en el cabello de la chica.
- Aquí es.
-Gracias. – dijo Dominique cruzando el umbral de aquel cuarto diminuto.
Acomodó su maleta sobre una mesa sucia, y pregunto por la cama.
Sobre la alfombra percudida había un colchón que le sirvió a Dominique de apoyo para sentarse a dibujar. Marla hizo unos calentamientos rápidos mientras el llenaba su copa con un vino que compro de camino a Berlín. Después ella se quito la ropa y se recargo en la puerta, quieta y observando el “vacio”, Marla respiraba con trabajo recordando el día que la llamaron anunciándole la muerte de su amiga Andrea.
“Habían pasado dos años desde la primera vez que descubrí ese golpe en tu frente, Andy. Dijiste que había sido un accidente, que no había sido apropósito. Tu no sabias pero yo iba a buscarte a tu casa, y varias veces escuche gritos de ustedes discutiendo. Yo te llamaba pero nunca quisiste hablar de eso. Después quisiste excusarte con que eso te gustaba a ti, porque ya no durabas nada sin golpes. Recuerdo la última vez que te vi, Andy, ni siquiera te bajaste del auto porque dijiste que tenías mucha prisa. Era de noche y estabas usando unos lentes oscuros y una gorra. Esa fue la última vez que te vi, amiga. Solo vi tu mano saliendo de la ventana del auto, y escuche tu voz gritando que luego me llamarías por teléfono. La única llamada que recibí fue la de tu madre llorando tu caída de las escaleras, tratando de explicar los rasguños y los golpes, e intentando decirme que por favor no dijera nada, y que solo la acompañara en tu velorio. No debí dejarte ir.”
Por detrás de Domi, Silvia caminaba silenciosamente con una pistola cargada. Marla no se movía, Dominique no veía nada, pues dibujaba y redibujaba el triangulo que se formaba entre las piernas de la modelo. El disparo en la cabeza empapo a Marla, que se quedo inmóvil, justo como estaba con los ojos extremadamente abiertos. Silvia observaba la copa tirada, la sangre, lo que había hecho.
Afuera había una fiesta en una casa cercana, la música, los jóvenes borrachos que rompían botellas en los botes de basura, el sonido del tráfico, la sirena de las patrullas que se estacionaban en los picaderos apagaron el sonido de aquel disparo.
Dos jóvenes se encontraron calladas en un departamento ajeno, observando el cuerpo de quien mato a su amiga.
06 marzo 2012
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